La Iglesia siempre ha visto en los gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a los cuales Él continúa «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente
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Somos sordos, por poner algún ejemplo, cuando no oímos el grito de ayuda que se eleva hacia nosotros y preferimos poner entre nosotros y el prójimo el "doble cristal" de la indiferencia. Los padres son sordos cuando no entienden que ciertas actitudes extrañas o desordenadas de los hijos esconden una petición de atención y de amor. Un marido es sordo cuando no sabe ver en el nerviosismo de su mujer la señal del cansancio o la necesidad de una aclaración. Y lo mismo en cuanto a la esposa.
Estamos mudos cuando nos cerramos, por orgullo, en un silencio esquivo y resentido, mientras que tal vez con una sola palabra de excusa y de perdón podríamos devolver la paz y la serenidad en casa. Los religiosos y las religiosas tenemos en el día tiempos de silencio, y a veces nos acusamos en la Confesión diciendo: "He roto el silencio". Pienso que a veces deberíamos acusarnos de lo contrario y decir: "No he roto el silencio".
Lo que sin embargo decide la calidad de una comunicación no es sencillamente hablar o no hablar, sino hablar o no hacerlo por amor. San Agustín decía a la gente en un discurso: Es imposible saber en toda circunstancia qué es lo justo que hay que hacer: si hablar o callar, sin corregir o dejar pasar algo. He aquí entonces que se te da una regla que vale para todos los casos: "Ama y haz lo que quieras". Preocúpate de que en tu corazón haya amor; después, si hablas será por amor, si callas será por amor, y todo estará bien porque del amor no viene más que el bien.
La Biblia permite entender por dónde empieza la ruptura de la comunicación, de dónde viene nuestra dificultad para relacionarnos de una manera sana y bella los unos con los otros. Mientras Adán y Eva estaban en buenas relaciones con Dios, también su relación recíproca era bella y extasiante: "Ésta es carne de mi carne...". En cuanto se interrumpe, por la desobediencia, su relación con Dios, empiezan las acusaciones recíprocas: "Ha sido él, ha sido ella...".
Es de ahí de donde hay que recomenzar cada vez. Jesús vino para "reconciliarnos con Dios" y así reconciliarnos los unos con los otros. Lo hace sobre todo a través de los sacramentos. La Iglesia siempre ha visto en los gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a los cuales Él continúa "tocándonos" físicamente para curarnos espiritualmente. Por esto en el bautismo el ministro realiza sobre el bautizando los gestos que Jesús realizó sobre el sordomudo: le pone los dedos en los oídos y le toca la punta de la lengua, repitiendo la palabra de Jesús: effatá, ¡ábrete!
En particular el sacramento de la Eucaristía nos ayuda a vencer la incomunicabilidad con el prójimo, haciéndonos experimentar la más maravillosa comunión con Dios.
ReligiónenLibertad/Raniero Cantalamessa/Fotos: Miguel Castaño