Año Jubilar de la Misericordia

15 de marzo de 2014

Escuela de catequistas de Los Rosales - Arciprestado de Riazor


El pasado miércoles, día 12, nos encontramos de nuevo para nuestra formación con D. Miguel. En esta ocasión nos ha insistido en lo que es central y constituye la meta última de la catequesis: “Provocar un encuentro con Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, enviado por el Padre para nuestra salvación”.

Desde este punto de vista, el objetivo es que el catequizando, con todo lo que él es y posee y tras este encuentro transformador de la vida, se convierta a Dios, insertándose en una comunidad y comprometiéndose con el mundo. Como nos recuerda el Directorio General de Catequesis: “El fin definitivo de la catequesis es poner no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo” (D.G.C. 80).

D. Miguel subrayaba, además, que en esta tarea de la catequesis, la transmisión de la fe no depende sólo de nosotros. Pero, por otra parte, insistía que es igualmente cierto que, sin nosotros, sin la mediación del padre o de la madre, del catequista o el maestro, no llegaría nunca a producirse. Por ese motivo, debemos transmitir la fe como un acto de compartir y testimoniar lo que vivimos y experimentamos, teniendo presente, además, que nosotros mismos debemos alimentar nuestra propia fe para no vaciarnos de ella: ¡porque se comparte lo que se tiene, no lo que no se tiene!

La sesión se terminaba con un sencillo gesto y una oración-canción. Pasar el agua de un vaso a otros vasos que están a su lado, sin que por ello el primer recipiente se vacíe nada es, simplemente, imposible. Pero si en vez de agua, lo que paso es fuego, lo que consigo es encender esa misma luz en otros, y sin que por ello se apague la primera de las luces; y eso sí que es posible.

¡Qué imagen más bella y sugestiva para expresar el poder que el fuego del Espíritu tiene en cada uno de nosotros gracias al agua del Bautismo que un día derramaron sobre nosotros y con la que recibíamos la fe! Por eso la transmisión de la fe, de padres a hijos y de catequistas a catequizandos es posible. Ésta ha de ser nuestra certeza más segura. Más allá de nuestras capacidades personales o pedagógico-metodológicas se encuentra la luz de nuestra fe que siempre puedo compartir.

Finalmente, el Delegado de Catequesis nos animó y motivó para aprovechar el Sínodo diocesano como un momento de participación activa que ayude a dinamizar la vida y la pastoral diocesana en unión con D. Julián, nuestro obispo.