Año Jubilar de la Misericordia

11 de enero de 2015

12 de enero: San Martino de León

San Martino o “Santo Martino”, como con frecuencia se le llama todavía en León, nació en esta ciudad hacia el año 1130; era el siglo de San Bernardo, de los cistercienses, las cruzadas, el monacato caballeresco y las grandes peregrinaciones; era, ciertamente, tiempo de renovación en los diferentes estados que integran la vida cristiana. 

Su padre, Juan y su madre, Eugenia, sintonizaban con los grupos laicales muy sensibles al mundo de los pobres, con quienes compartieron sus bienes. Eugenia falleció cuando Martino apenas era un niño. Su padre decidió dejar la casa familiar para establecerse en el monasterio contiguo a la iglesia de San Marcelo; estaba integrado por canónigos que se ajustaban a la Regla de San Agustín y se comprometían ante el abad a guardar los tres votos de obediencia, castidad y aceptación de la vida común con renuncia a la propiedad privada; el sobrepelliz y la capa de lana era su signo exterior. 

Martino acompañó a su padre al monasterio y allí se formó “al modo clerical”, en expresión del tiempo; el libro de los Salmos le adentró en la lectura y aprendizaje de la gramática latina; se instruyó también en el canto gregoriano. Juan murió cuando su hijo había recibido ya el ministerio del subdiaconado; éste, poco después, comenzó una etapa completamente nueva en su vida. 

Dejó la llanura leonesa, y, traspasando los montes, emprendió una peregrinación penitencial por tierras de Asturias; en el espacio de varios años visitó San Salvador de Oviedo, el sepulcro del Apóstol Santiago en Compostela; cruzó la península Ibérica y se dirigió como un romero más a la tumba de San Pedro, en la primitiva basílica constantiniana del Vaticano; en aquel recinto encontró un lugar privilegiado para la oración, que acompañaba siempre con una rigurosa penitencia. Después se embarcó a Tierra Santa. En Jerusalén estuvo dos años al servicio de los enfermos y peregrinos del hospital. Su compromiso de peregrinación le animó a poner rumbo hacia las colonias monásticas de Antioquía y de allí se fue a la ciudad de Constantinopla, capital del imperio Bizantino. 

Nuestro peregrino recorrió también tierras de Francia e Inglaterra. En París entró en contacto con el Estudio de filosofía y teología. Cursados los estudios regresó a su tierra en 1185. 

En León recibió el diaconado y presbiterado. Su ideal era la vida regular que le facilitaba el célebre monasterio en que se veneran las reliquias de San Isidoro de Sevilla. La profesión de la Regla de San Agustín le comprometía a tener la virtud de la caridad como norma suprema, a la comunidad de vida, que se fundamentaba en la unanimidad de alma y corazón en Dios. 

Estudió sobre todo Sagrada Escritura y escritos de los Santos Padres, entre los que destacaban los de San Isidoro. Se dice que fue el primero que introdujo en España los Libros de las Sentencias de Pedro Lombardo, que más tarde comentará Santo Tomás de Aquino. Su obra consiste en sermones o tratados, que se centran en las celebraciones propias del año litúrgico. Comentó también la Carta de Santiago, Primera de San Pedro, Primera de San Juan y el Apocalipsis. Todos estos escritos se conservan en un valiosísimo códice en pergamino que se guarda en el archivo de la colegiata de San Isidoro de León; en él figura su propio retrato, revestido con ornamentos sacerdotales y mostrando un libro abierto en las manos. 

Al sentirse próximo a la muerte pidió que le fuera administrada la sagrada comunión, porque estimaba que no era conveniente que el cristiano muriera sin este alimento para el camino. 

Apenas fallecido, corrió al punto la noticia por toda la ciudad de León y produjo gran pesar por el aprecio que había suscitado su fama de santidad. Fueron numerosos los milagros que atribuyeron gracias a su intercesión ante Dios. Murió el 12 de enero de 1203, bajo el pontificado de Inocencio III. 

Fue enterrado en la Iglesia de San Isidoro. En 1513 se practicó una exhumación de los restos y hallaron su mano derecha intacta; en 1576 la colocaron aparte en un relicario de plata sobredorada.