Dio su nombre santo a una pequeña república italiana surgida en el lugar solitario, escogido por él, para su retiro de oración y penitencia.
La ciudad de Rímini lo recuerda como hijo suyo, que en el oficio de cantero colaboró en la construcción de las murallas del siglo IV. San Marino -llamado también Marín-, ejemplo de vida cristiana, es ordenado diácono por el Obispo San Gaudencio de Brescia.
Después de este acontecimiento, vive muchos años una vida dedicada a la contemplación no lejos de Rímini, en una "humilde mansión construida por él mismo", que sería su santuario y posteriormente, el núcleo de la república de San Marino.