Catequesis para la Epifanía del Señor
Apenas nacido Jesús, unos magos de países lejanos
vienen a adorarlo. Ya desde el principio, sin haber hecho nada, Jesús comienza
a brillar y a atraer. Es lo que después ocurrirá en su vida pública
continuamente: «¿Quién es este?» (Mc 4,41). «Nunca hemos visto cosa igual» (Mc
2,12).
Además, toda la escena gira en torno a la
adoración. Los Magos se rinden ante Cristo y le adoran, reconociéndole como
Rey, eso es lo que significa el oro, y como Dios el incienso y preanunciando el
misterio de su muerte y resurrección –la mirra–. La adoración brota espontánea
precisamente al reconocer la grandeza de Cristo y su soberanía, sobre todo, al
descubrir su misterio insondable. En medio de un mundo que no sólo no adora a
Cristo, sino que es indiferente ante Él y le rechaza, los cristianos estamos
llamados más que nunca a vivir este sentido de adoración, de reverencia y
admiración, esta actitud profundamente religiosa de quien se rinde ante el
misterio de Dios.
Y, finalmente, aparece el símbolo de la
luz. La estrella que conduce a los Magos hasta Cristo expresa de una manera
gráfica lo que ha de ser la vida de todo cristiano: una luz que brillando en
medio de las tinieblas de nuestro mundo ilumine «a los que viven en tinieblas y
en sombra de muerte» (Lc 1,79), les conduzca a Cristo para que experimenten su
atractivo y le adoren, y les muestre «una razón para vivir» (Fil 2,15-16).
Preguntas
para reflexionar:
¿Me siento yo atraído por Cristo? ¿Me
fascina su grandeza y su poder? ¿Qué estrellas me iluminan o guían mi camino
hacia Jesús?