Año Jubilar de la Misericordia

5 de enero de 2016

Seguiendo una estrella

Los magos nos enseñan que la verdadera fe es entregarse a lo que nos pide Dios.
1. En el medio oriente en tiempos de Cristo había muchos magos estudiosos de diversas materias: medicina, arquitectura, las estrellas. Los magos que visitaron al recién nacido eran, según parece, estudiosos de las estrellas.

La verdadera ciencia siempre lleva a Dios. A través de la contemplación de las maravillas del universo se puede tocar a Dios de alguna manera y fortalecer nuestra fe. Preguntaron a un astronauta ruso si había visto a Dios allá arriba y él respondió que no; hicieron la misma pregunta a un astronauta estadounidense y él también respondió que no, pero que sí lo había sentido; de todos modos, añadió el mismo astronauta, no es necesario subir al espacio para sentir la presencia de Dios, basta salir al jardín y contemplar las flores.

2. Los magos nos dan un ejemplo de lo que es la verdadera fe: es una fe que compromete, que lo pone a uno en marcha, que nos saca de la propia comodidad.

3. Los magos dieron a Jesús lo mejor que tenían: oro, incienso y mirra. Lo importante no es lo que uno da a Dios sino el corazón desprendido y generoso que lo da.

Estos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a lo largo de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben avanzar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquel que aparentemente es débil y frágil, pero que en cambio puede dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre.

Los dones que los Magos ofrecen a Jesús Niño representan nuestra ofrenda dominical. En la Eucaristía nosotros no ofrecemos más oro, incienso y mirra, sino a Aquel que en los santos dones está significado, inmolado, y recibido: Jesucristo nuestro Señor. La celebración eucarística es parte de nuestra respuesta fundamental a la manifestación de Dios en Cristo, y postula aún, por su propia naturaleza, la respuesta de toda la vida vivida, nuestras buenas obras, nuestras dificultades...

“También nosotros, reconociendo en Cristo a nuestro rey y sacerdote muerto por nosotros, lo honramos como si le hubiéramos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo nos falta dar testimonio de él tomando un camino distinto del que hemos seguido para venir” (San Agustín, Sermo 202. In Epiphania Domini, 3, 4).

La invitación es a seguir el sendero de luz que nos guía, y a abrir los ojos para dejarnos sorprender por la sencillez de un niño; a tener capacidad de asombro para mirar y admirar la estrella en medio de tanta oscuridad; tener la valentía de dejarnos conducir por la luz, a pesar de Herodes.




fuente: catolic.net
                Diocesis de Querétaro